El Llamado de la Montaña

Radiográficos, acuciosos, incisivos, los ojos pequeñitos de un oso corpulento y triste se posaron sobre la figura ágil y dinámica, antes adormecida, del filósofo disfrazado de cazador. Un sexto sentido, desarrollado en el cazador para captar sensaciones extrahumanas, le hizo desempuñar el arma, abrir sus ojos de oculista y trasladarse a un mundo extraño, dentro del cual, normalmente, las estrellas tienen ojos, música las flores, y los hombres se vuelven osos, y los osos razonan con sentido cristiano. Y ambos: el hombre-oso y el oso de ojos y conceptos incisivos, dialogaron a la sombra acogedora de un abeto y junto  a la simbólica mudez de un arma potente y precisa. Y al final de este dialogo sorprendente, el sapiente oso triunfó sobre el médico-cazador. Y aquel maestro del rifle telescópico y bruñido, de tiro certero, de alto poder y alcance, confió al abrigo del abeto su destreza cazadora, la puntería y la intención de exterminio. Y aún bajo el impacto de las palabras del osos que le despertara para sumergirlo en el más profundo de los sueños profundos, Teódulo Manual Agundis volvió a la blanca bata de oftalmólogo, sus manos cambiaron el acero pavonado de los rifles por el acero cromado de los instrumentos médicos y serenamente, con aplomo de oso sabio y corpulento, se reintegró a su vida de hombre de uniforme blanco.